ME LA PELAS Y OTROS SÍNDROMES DE LA ÉLITE


12.01.2012

Me la pelas y otros síndromes de la élite

Pedro Miguel

Ve tú a saber qué infierno personal pueda haber en la génesis del
energúmeno evidenciado esta semana en las redes sociales y que
responde al nombre de Miguel Sacal Smeke, rápidamente bautizado como
El gentleman de las Lomas. El punto es que los modos de este agresor
(¡me la pelas!), al igual que los de Azalia Ojeda y María Vanessa Polo
Cajica, las Ladies de Polanco, videograbadas en agosto del año pasado
cuando maltrataron a policías de un puesto de control de alcohol
(¡nacos asalariados!), así como la indiscreción tuitera de una hija de
Enrique Peña Nieto (“bola de pendejos envidiosos, parte de la prole”)
y el cándido racismo feisbuquero del panista Carlos Talavera hacia las
mujeres indígenas (huele impresionantemente feo, pero pues
pobresillas: no es lo suyo la higiene), retratan de manera fiel las
actitudes de la élite que detenta el poder económico, político y
mediático en el país. Desde hace muchos años, en el México
posrevolucionario, conforme la élite política y empresarial se iba
convirtiendo en una oligarquía privilegiada y saqueadora, fue
desarrollando un desprecio profundo por la mayor parte de la sociedad,
hasta empatarse en actitudes con los catrines porfirianos o incluso
con los encomenderos del virreinato.
El fenómeno no es nuevo; lo que pasa es que hoy en día la masificación
de los registros en texto, foto y video ha borrado las fronteras entre
lo público y lo privado, y cualquier persona está más expuesta que
antes a exhibirse tal como es, a que se conozca lo que realmente
piensa y a que sus dichos y actos cotidianos queden registrados para
regocijo o indignación.
En la indignada reacción masiva han proliferado expresiones
simétricamente fóbicas, espejo de las palabras de menosprecio,
propósitos de linchamiento: el empresario agresor es grosero porque es
judío, las procaces de Polanco son pirujas y los políticos (y sus
hijos) son todos unos patanes. En las personas mencionadas en el
primer párrafo se ha concentrado, para su desgracia, extraviadas
reacciones insultantes, racistas y discriminatorias al insulto y la
discriminación que resultan lamentables en sí mismas, pero también
porque dificultan la comprensión de un clasismo y un elitismo mucho
más extendido, profundo y preocupante que unas cuantas insolencias
difundidas urbi et orbi por la magia de Youtube y de Twitter.
Vamos a ver: tal clasismo tiene como núcleo central la noción –no muy
apartada de la realidad, hasta ahora– de que se puede y debe ejercer
el poder político y económico en forma absoluta, arbitraria, ilimitada
e impune, e incluso en abierta violación a las leyes y reglamentos que
debieran entenderse como constitutivos de esos poderes. Por eso, las
Ladies de Polanco se sienten posibilitadas para infringir el
Reglamento de tránsito. Si unos efectivos policiales pretenden
impedirlo, bastará, para ponerlos en su lugar, con verbalizar la
diferencia de clase que respalda cualquier infracción: ¡Nacos
asalariados!.
Para sorpresa, o no tanto, el conjuro, que es la erección de una
barrera social instantánea, surte su efecto y los agentes del orden se
ven de inmediato reducidos a la impotencia por el poder de tales
palabras. Poco importa que las majaderas pertenezcan a una desesperada
clase media y que el incidente videograbado de Polanco las haya
pillado cuando apenas están haciendo sus inciertos pininos en la
incorporación al mundo del espectáculo: la injuria impresiona porque
se asume, sin dudar, que sólo unas personas realmente picudas pueden
pronunciarla.
La discriminación verbal es un arma arrojadiza de alta eficacia.
¡Pinche naco jodido!, se oye en la grabación de un pleito de cantina
protagonizado durante el Mundial de Futbol de Sudáfrica entre el es
director del Fonatur, Miguel Gómez Mont, y su parentela, y familiares
del futbolista Cuauhtémoc Blanco. Cualquiera de los bandos pudo
pronunciar la expresión, porque ambos podían sentirse con derecho a
ello.
En ese reducido universo social, para cuyos integrantes no existe
frontera alguna entre lo correcto y lo incorrecto, entre el bien y el
mal, los poderosos no se equivocan y el que sostenga lo contrario
miente. Cómo se les ocurre que Papá podría desempeñarse mal en un acto
público. Si sostienen tal cosa no es porque tengan razón, sino porque
son “resentidos, envidiosos, pendejos y prole”.
Si el empresario de Bosques de Las Lomas estaciona mal su vehículo y
una grúa se lo lleva, el resto de la sociedad –representada, bien o
mal, por los operadores del vehículo de arrastre y por un testigo que
videograba los hechos– se la pela, y por él, que vaya a sancionar a su
puta madre. Él nada más es beneficiario de la ley y el orden y no está
obligado a nada. Los miles de pesos que paga por mantenimiento en el
edificio donde vive lo convierten en dueño de los empleados del
multifamiliar y, para que no quede duda, la emprende a golpes contra
uno de ellos que se niega a acatar una orden disparatada y arbitraria.
Me la pelas es la verbalización de una actitud generalizada de un
ejercicio de poder político, empresarial y mediático desorbitado y
enloquecido que no tiene empacho en hacer pedazos al país con tal de
hacer negocios jugosos de toda suerte. La expresión representa
fielmente a Ernesto Zedillo pretendiendo prolongar su inmunidad
presidencial 12 años más de que prescribiera, para evitar que lo
juzguen por la masacre de Acteal, propiciada por su gobierno; a Carlos
Salinas, quien se placea de manera impúdica, al suponer que ya se nos
olvidó el enorme daño que su gestión le causó a México; a Felipe
Calderón, empecinado en seguir alimentando un conflicto armado
sangriento y absurdo y en vendernos a más del doble de su costo una
porquería que, si llega a ser conmemorativa, lo será de la corrupción
monumental de su administración; a Peña Nieto, quien supone que puede
emitir en público todos los rebuznos que desee sin que ello afecte su
popularidad, porque cuenta con los recursos para mandarse a hacer
encuestas que le resulten favorables.
Nada de esto es (tan) nuevo. Ya en décadas pasadas Fidel Velázquez se
ufanaba de que los legisladores de oposición habían pretendido
interpelar a Miguel de la Madrid y se la pelaron (Proceso, 3/09/88),
Emilio Azcárraga Milmo se enorgullecía de hacer televisión para un
país de jodidos (Televisión sin fronteras, Florence Toussaint, p. 114)
y el ex góber precioso Mario Marín (reaparecido hace unos días al lado
de Peña Nieto) presumía al empresario Kamel Nacif de una impunidad que
le permitía darle un coscorrón a esta vieja cabrona, en el marco de la
conjura que ambos organizaron en contra de la periodista Lydia Cacho.
Las aplicaciones tecnologías debilitan severamente las fronteras entre
los vicios privados y las virtudes públicas y han permitido que los
primeros estén mucho más expuestos que antes. Pero la exhibición no
basta para erradicarlos, como no basta tampoco la indignación que
provocan. En tanto no decidamos en forma colectiva poner fin a este
estado de cosas, seguiremos siendo unos pinches nacos jodidos que se
la pelan a los poderosos.
* * *
Vaya un dato: mientras Felipe Calderón anuncia impúdicos subsidios
para beneficio de la banca comercial privada y a cualquier cantidad de
universidades particulares patito, en lo que constituye un nuevo golpe
a la educación superior pública, en la Universidada Autónoma de la
Ciudad de México siguen agarrados de la greña en un duelo de tod@s
contra tod@s.
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