CINEASTA SE PASEA FELIZ POR BARRIO DONDE PIRATEAN SUS OBRAS

Recorrido con Daniel Giménez Cacho por Tepito, el zoco de productos copiados de México DF. . El mítico lugar ha servido de inspiración y de localización para su teleserie 'Crónica de castas'

PABLO DE LLANO. 30/04/2014 23:09


Álex El Ruso ha perdido varios kilos en las últimas semanas y Daniel Giménez Cacho quiere saber por qué.
–Tuve una salmonela güey. Apenas la semana pasada me alivié. Me estaba llevando su puta madre.
El Ruso es un comerciante de Tepito de aspecto caucásico. Hace pesas y se le nota musculoso, aunque la salmonela le ha quitado siete kilos y en la cintura le bailan los pantalones vaqueros apretados hasta el último agujero de un cinturón grueso.

El Ruso le quiere pedir un favor a Giménez Cacho.
Un amigo suyo copia películas en Blue-Ray y ahora anda sacando las primeras copias de Crónica de castas. Como él protagoniza un papel en la teleserie y ya de siempre es muy conocido en el barrio, su amigo le ha dicho que como mejor vendería los blurrey aquí sería con una foto suya en la portada. Así que El Ruso le acaba de pedir a Giménez Cacho que le pase una foto de alguna escena en la que aparezca él interpretando su papel de delincuente.

Daniel Giménez Cacho es el director de Crónica de castas y el barrio de Álex El Ruso es Tepito, el gran zoco de la piratería de México DF. Por eso aquí no resulta tan extraña una escena en la que una persona le pide a un director de cine ayuda para piratear en blurrey su propio trabajo. A Giménez Cacho, de hecho, le hace mucha ilusión.

–Dile a tu amigo que con placer, por favor –responde el director.
El Ruso le ha dicho que las copias de la teleserie se están vendiendo de maravilla y al actor Giménez Cacho le enorgullece que la gente vea su obra, la primera que dirige, y más que quienes la aprecien sean los de Tepito, un barrio histórico de la capital con una idiosincrasia tan suya que llegan a comunicarse solo a través de silbidos.

No es que Giménez Cacho esté a favor de la piratería. Pero asume que es “una válvula que le quita presión a los problemas económicos de la gente” y celebra que además ayude a que se distribuya y se vea más el cine mexicano –“avasallado por el americano”–. Antes de dejar al Ruso y continuar su recorrido por el barrio con este periódico, aparece el amigo pirata del Ruso, se para a saludar a Giménez Cacho y lo felicita por su teleserie con una elegancia de alto copete.
–Capta mi atención. Cada vez que puedo la veo.

El tema de fondo de Crónica de castas es la discriminación de clase y de raza. En los dos primeros capítulos emitidos en el Canal Once de la televisión mexicana manda ese esquema.
Una chica rubia con dinero encuentra en Tepito un poco de paz existencial. El chico que la acoge en el barrio es un muchacho moreno hijo de una española (Ángela Molina) y que quiere saber quién es su padre. Un travesti lucha por encontrar el amor. Un joven humilde que estudia con jóvenes blancos y soberbios soporta sus humillaciones y a la vez se va cargando de rabia.

Giménez Cacho ha concebido la serie como una forma de reflexión social, igual que ha hecho con otro proyecto que tiene en el barrio y que se llama Safari en Tepito. Es un recorrido para gente de fuera del barrio que pretende que los visitantes lo conozcan más allá de preconceptos. Dado que un safari es una excursión para ver animales salvajes, cabe preguntarle a Giménez Cacho si no es una palabra desafortunada.
–Eso es algo que piensa la gente a la que le afecta la buena conciencia. Si dices que haces un safari a la Cámara de Diputados a nadie le parecería mal. Pero si se trata de gente de clase baja ahí es cuando te dicen, ay, no les llames changos [monos] a los pobrecitos. Y Tepito sí tiene algo de jungla. En Tepito hay fieras.
El Safari incluye dos visitas a hogares del barrio en las que dos anfitrionas locales le cuentan su vida a los visitantes. La cuentan de una manera teatralizada, acompañadas por dos actores que han convivido un par de semanas con ellas y que las han ayudado a hacer la puesta en escena.

El proyecto está financiado por un programa de prevención social de la violencia de la Secretaría de Gobernación. El pasado domingo el subsecretario responsable del programa acudió invitado al Safari. En casa de Mayra Valenzuela, una vecina activista de derechos humanos, Roberto Campa escuchó con atención una buena serie de denuestos de la mujer contra los gobernantes de su país. En casa de Verónica Hernández oyó el relato de una infancia de abusos que incluyó también una referencia a una cosa que traía su padre carpintero a casa y que ella y sus hermanos no sabían muy bien qué era.

“Ese polvito que nosotros decíamos que era queso y que no era queso”.
El paseo de Giménez Cacho con este periódico fue dos días después. Era martes y el martes es el día que la mayoría de los puestos de calle de Tepito se desmontan para descansar y para limpiar las calles.
Por ahí caminaba todo tranquilo Giménez Cacho con sus sandalias de cuero y su boina negra, que en conjunto con la barba larga y silvestre le daba un aire hippie que se complementaba a la perfección con las vaharadas de marihuana que salían de cualquier esquina.

Dentro del campo de fútbol de Maracaná, un centro deportivo en el que grabaron escenas de la serie, había unos jóvenes sentados a mediodía con un cigarro de hierba. Lo curioso es que de ese círculo de tipos duros de la calle salía el sonido de una melancólica canción francesa. No la habían puesto ellos. Tenían la radio encendida y sonó. Era Aline, la balada romántica de Christophe.

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