A SUS 13 CHRISTIANE F. Y AERA UN "BEST SELLER"

Con 13 años la vida de Christiane F. ya era un ‘best seller’. Droga y prostitución fueron las constantes de su descarriada adolescencia que hoy se estudia en las escuelas. 50 años después regresa para contar que ha vivido presa de su personaje

ANA TERUEL. 22/11/2013 17:13

¿Qué fue de Christiane F., la adolescente que reveló al mundo el infierno de la heroína en el Berlín Occidental de finales de los setenta? Su historia de pequeña, obligada a prostituirse con apenas 13 años para pagarse sus dosis, relatada con la ayuda de los periodistas Kai Hermann y Horst Kier en Yo, Christiane F. Hijos de la droga (1979), conmocionó a toda una generación. El libro fue un éxito que vendió más de cinco millones de ejemplares y es ahora referencia en las escuelas alemanas. Tres años después, la película basada en su truculenta vida, dirigida por Uli Edel, con banda sonora original firmada por su gran ídolo, David Bowie, acabó de consagrar al personaje. Un relato que se detenía en 1978 en casa de la abuela de Christiane en el campo, donde su madre la había mandado para alejarla de una vez para siempre de la droga.

Aquella pequeña que frecuentaba los ambientes de la discoteca de moda Sounds de Berlín, convertida prácticamente en un icono generacional, es ahora una madre de 51 años enferma de hepatitis C y de cirrosis, y que lucha contra la adicción a base de metadona. La continuación de su historia finalizadas las páginas de ese libro no ha sido un camino de rosas: recaídas, mala vida, dos abortos —uno voluntario, otro espontáneo— y la pérdida a manos de los servicios sociales del “mayor regalo” de su vida, su hijo Phillip. Todo relatado en directo por la prensa alemana, donde nunca dejó de ser la estrella yonqui.

Esa segunda parte de su vida la recoge ahora en su nuevo libro biográfico, recién publicado en Francia bajo el título Moi, Christiane F., la vie malgré tout (Yo, Cristiane F., la vida pese a todo; Flammarion). “La idea era reconquistar la interpretación de lo ocurrido después del primer libro, para ella se trata de reconquistar la interpretación de su propia vida”, explica en un desayuno de prensa en un café parisiense Daniel Gerlach, su editor alemán, quien viajó a París para presentar el lanzamiento de la versión francesa.

A su lado, Christiane, vestida de negro, con una camiseta de encaje y unos pantalones ajustados, una mujer que se intuye coqueta, pero con un aire casi ausente. La necesidad de pasar por la traducción no ayuda a establecer contacto, y tampoco estar flanqueada por los editores alemanes, la traductora y la periodista que ha hecho posible que esta segunda entrega tome forma, Sonja Vukovic, coautora del libro. Cuando se le pregunta cómo se siente ahora, Christiane contesta con un gesto de la mano para dar a entender que regular. Cuando habla, lo hace flojito, con voz un poco ronca, y abriendo más sus ojos de tonos azules y grises.

Cuando se cumplen 35 años del lanzamiento de su primera autobiografía, dice ahora arrepentirse de haberla publicado. Ha vivido desde entonces atrapada por el personaje de Christiane F. —le siguen preguntando por su novio de entonces— y ha sufrido el incesante acoso de la prensa. “Al principio era genial”, recuerda. Viajó a Estados Unidos para hacer la promoción de la película, conoció a Bowie, inició una formación de bibliotecaria, probó suerte como cantante y hasta rodó alguna película. “Pero luego se degradó… y vives con la recriminación de que se te ha dado una oportunidad y no la has sabido aprovechar”, cuenta.

Tras el éxito de su primer libro y cumplida ya la mayoría de edad, Christiane llevaba unos cinco años sin tocar la heroína —aunque su nueva autobiografía no es muy exacta en cuanto a fechas, quizá por estar hechas con recuerdos borrosos—. Pero volvió a caer: se había mudado a Hamburgo, tenía dinero gracias al libro y compartía piso con cuatro músicos encima de un sex shop. Sin dejar nunca de fumar marihuana, empezó a tomar cocaína, la nueva droga de moda. Pero no era lo suyo. Entonces, un día se encontró con su vieja conocida en casa de unos amigos. Tardó unas semanas en animarse a probar de nuevo la heroína. “Me moría de ganas y trataba de tranquilizarme: una vez después de tantos años, ¿qué podría pasar?”.

Siguió un nuevo engranaje de recaídas, viajes —incluida una permanencia larga en Grecia—, relaciones dolorosas e incluso una estancia de 10 meses en la cárcel tras ser detenida en casa de un camello. “Te pasas el tiempo mintiéndote a ti mismo. Es la última vez. Solo una vez”, resume en el libro. “Sabes perfectamente que hay algo que no funciona contigo y con tu vida. Pero la idea de cambiarlo te da demasiado miedo y entonces te embruteces una vez más para olvidar toda esa mierda. Algunos aprenden a vivir con ello, otros mueren. No hay más que una pequeña diferencia de grado entre los dos”.

En su caso, el cambio de mentalidad vino con el nacimiento de su hijo Phillip en 1996. El padre, también drogadicto, se fue, así que ella lo crio con la ayuda de un consejero social. Con el pequeño bajo su responsabilidad, logró controlar su adicción y llevar una vida lo más normal posible. Hasta que decidió mudarse a Ámsterdam, en 2008, y los servicios sociales optaron por retirarle la custodia del niño por miedo a que hubiese vuelto a hundirse en las miserias de la droga. Esa herida es quizá la más desgarradora de todas: “Soy demasiado cobarde para suicidarme, pero mi vida se detuvo ese día”, escribe.

El pequeño ya no es tan pequeño; hoy es un adolescente de 17 años, le encanta la informática y vive con una familia de acogida con la que Christiane se ha puesto de acuerdo para poder mantener el contacto. Su mayor preocupación ahora es saber hasta cuándo podrá seguir disfrutando de él, dada su delicada salud. “No sé cuánto tiempo me queda por vivir (…). A menudo tengo prisa de que llegue ese momento y a veces, por supuesto, me da miedo”, confiesa. “Pero realmente, ¿quién hubiera pensado que cumpliría un día 51 años?”.


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