EL MEJOR TRABAJO DEL MUNDO


El mejor trabajo del mundo

Este es el texto ganador del concurso de relato erótico Letras de mi primera vez, convocado por Tusquets y el FCE
EROTISMO. En la imagen, una de las participantes de la final Miss Table Dance 2010. (Foto: ARCHIVO EL UNIVERSAL )
Domingo 05 de mayo de 2013Tatiana Maillard | El Universal
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Me gano la vida sin realizar gran esfuerzo. Paso la mayor parte del día (aunque a veces cubro el turno de la noche) desnuda, encerrada en una cápsula transparente que emula a un capullo. Las dimensiones de tal espacio apenas me permiten moverme. Del lado derecho de la cápsula, a la altura de mi cabeza, de mis senos y de mi sexo, hay un par de orificios circulares (seis en total) lo suficientemente grandes para que pueda introducirse una mano y un fragmento del antebrazo.
Estoy por cumplir 19. No es mi primer trabajo, pero es el mejor pagado y el más freaky de los que he realizado: me dejo masturbar por hombres de negocios. La discreción está garantizada: el recibo de los pagos con tarjeta que expide el lugar constata que los clientes no se gastan la plata en manosearme, sino en comidas con sus socios. Comidas muy caras, por cierto.
El capullo se encuentra instalado al centro de un cuarto negro iluminado con luces de neón blancas, supongo que para brindar un ambiente futurista. A mí me parece más bien naco. Cada tanto, la dueña guía con amabilidad a grupos de tres personas al interior del cuarto y cierra la puerta.
La mayoría no sabe qué hacer cuando se quedan solos, conmigo. Los observo desde el interior de la cápsula. Los labios encendidos en carmín. El cabello negro que cae en desorden hasta mi torso. Su respiración se acelera y no se deciden a moverse, pero basta con que uno se dirija hacia mí para que los demás lo sigan, jadeantes. Me observan como si vieran a Dios. Con lentitud ceremoniosa meten la mano por los orificios y me acarician. La mayoría son hombres feos, viejos. A veces me toca la suerte de jóvenes guapos. En cualquier caso, gozo de la excitación que les provoco. Cierro los ojos. Todo se diluye. Sólo queda el estímulo: unos dedos que aprietan mis pezones, masajeándolos de la base a la punta, como una boca que succiona. Un dedo índice que se introduce en mi boca. Que muerdo como un dulce. A veces sacan la mano, escupen sobre sus dedos y vuelven a introducirla. Apenas me doy cuenta de que mis gemidos enronquecen. El espasmo aparece, rítmico, tortuoso, constante. Siento mi cuerpo liviano y, como si estuviera muy lejos, escucho los jadeos de los clientes, sus voces que murmuran cosas como “Rica” o “Así te gusta”…mis manos buscan asidero, se estampan contra el vidrio y me restriego contra él para quedar más cerca de la mano que toca mi clítoris, o del tipo que se arrodilla a la altura del orificio cercano a mis senos, para suplir sus dedos con una lengua que se posa sobre el pezón a su alcance. Dejo de ser yo. El cuerpo entero se vuelve una coraza que aprisiona la punzada aguda que inicia en el vientre, se extiende hacia las extremidades, y sale en un grito.
Luego, el silencio. La respiración que se normaliza. Los muslos que se destensan.

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